Solo una meta se perfilaba para Siddhartha, quedarse vacío, despojarse de su sed, de sus deseos, de sus sueños, de sus penas y alegrías. Deseaba morir para sí mismo (no ser más él, hallar paz y tranquilidad en su corazón vacío, permanecer abierto al milagro despersonalizando el pensamiento. Cuando venciera y aniquilara su Yo, cuando todos los impulsos y pasiones enmudecieran en su corazón, tendría que despertar lo Último, lo más íntimo del Ser, lo que ya no es el Yo, sino el gran Misterio.
He empleado mucho tiempo en aprender, Govinda -y aún lo sigo haciendo-, que no se puede aprender nada. Creo que en realidad, aquello que llamamos "aprender" no existe. Sólo hay un conocimiento que está en todas partes, amigo mío, y es el Atmán. Se halla en mí, en tí, y en cada ser. Y empiezo a creer que este conocimiento no tiene peor enemigo que el querer saber, que el aprender.
En mi opinión, oh Sublime, nadie accede a la liberación a través de una doctrina. ¡A nadie, oh Venerable, podrás comunicarle con palabras y mediante una doctrina lo que te ocurrió en el instante mismo de tu Iluminación! Muchas cosas contiene la doctrina de Buda, el Iluminado, y a muchos les enseña a vivir honestamente y evitar el mal. Pero hay algo que esta doctrina tan clara y respetable no contiene: el secreto de lo que el Sublime mismo ha vivido, él solo entre centenares de miles de seres humanos. Esto es lo que pensé y saqué en claro al escuchar tu doctrina. Y es al mismo tiempo la razón por la que seguiré mis peregrinaciones..., no para buscar otra doctrina que sea mejor, pues sé que no existe, sino para irme alejando de todas las doctrinas y de todos los maestros, y alcanzar yo solo mi objetivo o perecer.
Miró a su alrededor como si viera al mundo por primera vez. ¡Qué hermoso era aquel mundo! Variado, extraño y enigmático: azul aquí, verde y amarillo más allá, las nubes se deslizaban como el río, el bosque y la montaña conjugaban su estática belleza, todo era misterioso y mágico. Y en medio de todo ésto, él, Siddhartha, despierto ya, se ponía en marcha hacia sí mismo. Y todas esas cosas, aquel azul y amarillo, el río y el bosque, penetraron por vez primera en los ojos de Siddhartha: Ya no eran los hechizos de Mara, no eran ya el velo de Maya... Para él ahora el azul era azul, y el río era el río. Y, aunque en el azul y en el río vistos por Siddharta, subsistiera latente la idea de unidad y divinidad... el sentido y la esencia no se hallaban en algún lugar tras las cosas, sino en ellas mismas, en todo. ¡Qué sordo y limitado he sido! -pensó luego aligerando el paso-... Pero eso ya pasó, me he despertado, estoy totalmente despierto y hoy, por fin, he nacido.
Hermann Hesse